Por qué la RSC y la Sostenibilidad son ya inevitables

Responsabilidad Social Corporativa

La discusión de la pertinencia de la RSC y la Sostenibilidad data de hace 50 años. Desde que Milton Friedman publicase en 1970 su furibundo artículo contra la Responsabilidad Social de las Empresas (RSE) en el New York Times. Se han sucedido avances en la materia que han envejecido enormemente aquel texto. La opinión de Friedman enfatizaba, para sorpresa de muchos, que la RSE era profundamente antidemocrática e ilegítima. En la medida en que las empresas, entidades no elegidas democráticamente, estaban escogiendo sobre el destino de recursos a unas u otras causas sociales. Este argumento estrella escondía una doble trampa. Cabe dudar de que el propio Friedman fuese a defender un alza de los impuestos y, por otro lado, era víctima de una concepción de la RSE como filantropía y acción social.

¿Cómo ha evolucionado la RSE?

Si se permite resumir en un único elemento la evolución de la RSE, habría que centrarse en la consolidación del concepto, hoy desgajado de la mera generosidad. La mayor parte de los estándares internacionales, cuyo estudio minucioso brilla por su ausencia, coinciden en señalar que se trata de minimizar los efectos adversos que pueden provocar las actividades diarias y cotidianas de las empresas en su entorno social y natural.

Por pura lógica, antes de poder generar un impacto positivo en la sociedad, se impone reducir los impactos negativos. En el ámbito privado, el ineludible estándar ISO 26000 insiste en que las empresas y organizaciones no deben utilizar la filantropía como sustituto de la integración de su RSE, siendo ISO consciente de este problema. Dicho esto, la crítica de Friedman sigue sobre la mesa. En concreto para todo aquel profesional dedicado a la acción social y a la filantropía: la cuestión de su legitimidad democrática. Pueden existir, no obstante, sinergias entre responsabilidad social y filantropía. Pero el orden de los factores importa y los estándares en la materia así lo establecen.

Cambios en materia de la RSC y la Sostenibilidad

El final del siglo XX ha venido marcado por una notable toma de conciencia sobre los desafíos sociales y medioambientales de carácter global que amenazan, de forma más o menos directa, el bienestar social. La globalización de la economía también ha sido la globalización de expectativas de bienestar social y respeto de los derechos humanos. Se ha comprobado la existencia de “vacíos de gobernanza” en el marco de la globalización, en palabras de John Ruggie (Relator de la ONU que elaboró los Principios Rectores de Empresas y Derechos Humanos).

La compleja, y a menudo problemática, interacción entre las actividades empresariales y el medio natural y social impuso una reflexión que giró en torno a los derechos humanos como marco normativo global para informar estos esfuerzos. Derechos humanos que, a raíz del impulso de la ONU, se reflejaron como marco en las Líneas Directrices de la OCDE y como fundamento en el Estándar ISO 26000, entre otros muchos. Los ODS, en tanto que meta de desarrollo general que se marca la comunidad internacional, ha cerrado el círculo en torno a una RSE realista, pertinente y apegada a la actividad y especificidad de cada empresa u organización.

Tímidas e insuficientes respuestas

En este marco, fuentes como el Carbon Trust advierten de que caminamos silenciosa pero inexorablemente hacia una crisis de recursos naturales. Sólo un 20% de los ejecutivos están ya ocupándose del tema y apenas un 13% recibe alguna clase de bonus en base al desempeño socio-ambiental. Sin embargo, la escasez de recursos (en particular, agua y energía) conducirá a una revisión del ámbito geográfico de los negocios. Conducirá a un incremento del precio de los productos y servicios. A una posible disminución de su calidad, así como a transformaciones profundas en la oferta, la demanda y en los procesos productivos. La crisis y el fin de ciclo del diésel es un buen ejemplo de los desajustes que provoca en las empresas. Como el exceso de stock ante una disminución de la demanda, cambios costosos en motores y cadenas de producción, falta de anticipación e I+D+i, etc.

Por lo demás, en el punto actual de crisis de recursos, no basta con emplear fuentes renovables, mientras la ratio de uso de estos recursos sea superior a su ritmo de reposición natural.

La economía circular

Por otro lado, las cadenas de valor globales se encuentran cada vez más fragmentadas. Lo que dificulta un diagnóstico fiable de la sostenibilidad de las cadenas de suministro y proveedores. En este contexto, la economía circular tampoco será la panacea sin un análisis riguroso de la misma y sin una transición adecuada. Siempre ha existido una economía circular de la escasez, especialmente en contextos rurales marcados por modelos de subsistencia; hoy de lo que se trata es de conseguir una economía circular del bienestar capaz de lidiar con las exigencias del mundo urbano. Para ello habrá que estudiar en detalle algunas “ambigüedades” de la economía circular. Por ejemplo, el reciclaje deja de ser una opción preferente por su consumo de energía y el eco-diseño debe integrarse desde las primerísimas fases de concepción de un producto.

Conviene que las empresas asuman que la sostenibilidad social y medioambiental es, al fin y al cabo, la sostenibilidad de su propio modelo de negocio, si desea expresarse egoístamente. Por último, el cambio climático no distingue entre fronteras ni entre países desarrollados o en vías de desarrollo.

La transición sostenible es posible

Como empresario y co-fundador de varios proyectos en materia de RSE y Sostenibilidad, me cuesta a veces convencer a las empresas de que es compatible (y beneficioso) prestar atención a los resultados trimestrales con mantener una visión a más largo plazo en términos de desempeño socio-ambiental. En un momento clave de cambio vital, fue un honor conocer a Nilsa Mármol y a Rafael García, fundadores de CMI. Quienes me dieron la oportunidad de participar en la primera escuela de negocios especializada en responsabilidad social corporativa. Donde además tengo la responsabilidad de coordinar académicamente los contenidos de su máster de RSC. Tras un primer curso exitoso, he llegado a la conclusión de que han aportado un soplo de aire fresco muy necesario en el mundo de los MBA y de las Business School.

En efecto, falta aún mucha investigación, desarrollo e innovación interdisciplinares para transicionar –si se me permite el neologismo– hacia negocios más responsables y sostenibles. Faltan profesionales en un área que se ha tornado en inevitable y crucial. La formación en RSC y sostenibilidad debe conducirnos a considerar, de manera técnica y rigurosa, estos desafíos globales desde un paradigma de gestión y liderazgo más consciente. El escenario descrito responde asimismo a expectativas sociales igualmente globalizadas de gestión responsable, las cuales han tenido su eco ya en incipientes requisitos legales. La clave está en anticiparse. A su vez, los mercados lo demandan cada vez más, con la proliferación de índices bursátiles que empiezan a medir la sostenibilidad. Sabedores de que se está colando con fuerza en las decisiones de inversión. Solamente de esta manera lograremos convertir estos retos en oportunidades para todos.

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